En mitad de la noche suena el teléfono y el hombre descuelga el auricular enfadado:
– ¿Pero qué fuego ni qué niño muerto?
Desvelado, se prepara un café, se viste y baja al garaje. Detiene el coche patrulla al final del camino. Saca la linterna del maletero y se adentra en el bosque. Encuentra a los demás bajo un hermoso roble dispuestos en círculo y, exactamente en el centro, cubierto por helechos chamuscados y algunas ramas, el pequeño cuerpo.