Nuestros mismos ojos, junto al resto de órganos, no parecían gran cosa en aquella bandeja pero eran más bonitos que los ojos cibernéticos que nos estaban poniendo. Intenté decírselo, en un absurdo arranque de narcisismo, pero lo único que conseguí fue que mi lengua aleteara un par de veces como un pez fuera del agua y empujara uno de mis testículos que cayó rodando perdiéndose por la rejilla de ventilación del platillo volante. Y esa es, señora, en resumidas cuentas, la razón por la que su hija y yo podemos ver a través de las paredes pero no darle un nieto.
Maquillaje
Tanto visitante inesperado irritaba a Margot que me encargó la defensa del castillo. El foso no tenía agua y pasaban en oleadas sobre los caimanes supervivientes, trepaban las derruidas murallas y saqueaban a placer. Sin ejército ni oro para reunirlo, deambulaba por las callejuelas cada atardecer, encogido y tembloroso, con la cara salpicada de pintura negra, haciéndome el encontradizo. A la primera tos, al primer esputo rojizo, saltaban desde las almenas o salían corriendo aterrados. Durante meses, conseguí a duras penas mantenerles alejados. Una noche, lavándome ante el espejo, descubrí que las manchas no se borraban. Después todo fue terriblemente más fácil.
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Familia numerosa
Suspiró profundamente y recogió dos cubiertos. En un rincón, los quintillizos jugaban a piedra, papel o tijera sentados en cajas de la fruta. Al rato, Laura y Simón se levantaron, besaron a su madre y desfilaron con la cabeza gacha y las tripas rugiendo hacia sus camitas. Por segundo día consecutivo, las gallinas habían puesto tan sólo tres huevos.
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Sanseacabó
Y así, tontamente, acabe pegándome un tiro, pienso in extremis y salgo del establo con las patas en alto confiando en que la piel de cordero y el hocico manchado de sangre no sean pruebas concluyentes en el juicio. Poco puedo imaginar que las amapolas lo han visto todo.
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Día de pellas
Su conciencia no podría soportarlo. Con ese pensamiento se alejaba del autobús escolar Guillermo acompasando sus pasos al insoportable tic tac proveniente de la mochila olvidada bajo su asiento vacío.
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Libres
Su conciencia no podría soportarlo. Ahora lo sabe. Por eso arroja los fósforos y entra corriendo en el edificio en llamas. Sube las escaleras hasta la quinta planta rezando para que no sea demasiado tarde. A través del humo ve a su jefe tendido en el suelo detrás de la fotocopiadora, agitando la mano demandando ayuda, el horrendo bigote chamuscado. Pasa de puntillas por encima de él cubriéndose la nariz y la boca con el pañuelo y llega hasta la ventana donde está la jaula. Ya en la calle, ni el escándalo de las sirenas consigue enmascarar el primoroso gorjeo que le apacigua el corazón.
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Recambios
Papá, ¿tú no tienes frío?, acostumbra a preguntarme por las noches el clon de mi Pablito empañando el cristal de la cápsula donde, monitorizados y a una temperatura constante de 196 grados bajo cero, sus órganos se conservan en perfecto estado.
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